Trabajo en un lugar turístico, casi todos los días de mi vida veo centenares de personas tomando fotos, con cámaras de todos los tamaños y colores, con celulares de todas las marcas. Y a donde quiera que vaya a descansar, en los pueblos de Antioquia, en las playas del Caribe, en el centro de Medellín, veo gente haciendo lo mismo: tomando fotos, decenas de fotos diarias, pareciera que ahora gran parte de la vida se nos va en eso.

 

Por Edwin Hurtado*

Leo con tristeza, aunque parezcan graciosas, las noticias de personas que se mueren por tomarse una selfie en un lugar peligroso, como una azotea o una cascada. Invertimos más energía en capturar el momento que en disfrutarlo, pasamos nuestro presente construyendo nuestro pasado. En imágenes condensamos toda nuestra vida, y nos olvidamos de a poco de los olores, de los sonidos, de los sabores, de las texturas. Quizás nuestra biología de primates supra visuales nos esté jugando una mala pasada, nos está haciendo olvidar que no tenemos solamente un sentido, que también tenemos oídos,nariz,  piel y lengua.

No quiero decir que me parezcan mal las fotografías, pero creo que su abundancia está generando que se pierda de cierta manera su sentido. Más importante aún, está causando que nos perdamos la posibilidad de vivir ciertos momentos con plenitud. Antes agarrábamos los álbumes de la familia para reírnos de los peinados de nuestras madres y abuelas, para recordar los momentos cruciales de la historia familiar, para ver cómo nos ha afectado el paso del tiempo. Ahora, en cambio, tomamos fotos por cualquier razón; algunas de ellas quizás sean útiles en nuestras labores diarias, para estudiar, para recordar algo; pero la mayoría se amontonan en los dispositivos electrónicos y en las redes sociales para irse perdiendo en el olvido, quedando sólo para el uso de los stalkers y enamorados, además de nuestros repentinos ataques de nostalgia que nos hacen volver a mirarlas de vez en cuando.

Trabajo en un lugar donde se pueden apreciar animales hermosos y extraños, donde hay flores y abejas, garzas e ibis, iguanas y ardillas, mariposas y bromelias. Pero todos los días observo con asombro que son pocos los que se dedican a observar, a contemplar, la mayoría van de afán, solamente uno que otro niño pide a sus padres que le deje mirar con tranquilidad los osos y los flamencos. A muchos de estos padres les preocupa más que los abuelos y los tíos puedan ver a sus hijos en una fotografía que mirarán apenas unos segundos, sin alcanzar a notar la sonrisa fingida. Les preocupa poco observar el comportamiento de los monos, notar su gran parecido con nosotros, contarles a sus hijos sus experiencias pasadas, extraer enseñanzas de nuestros compañeros de planeta. La mayoría van corriendo, por todos los lugares turísticos, como si los estuvieran obligando a hacer un tour, para luego llegar a su casa, enviar las fotos de la jornada al grupo familiar de Whatsapp y poder ver una película en TNT o algún clásico europeo en ESPN.

El filósofo Alain de Botton piensa, y concuerdo con él, que los zoos  no son solo para los niños,  que los adultos también podemos disfrutar y aprender en ellos. Bien contemplados, son lugares que nos permiten reflexionar sobre nuestra animalidad y la manera en que conducimos nuestras vidas.  Esto deberíamos hacerlo en todos los lugares que visitamos, en lugar de caminar como autómatas tomando selfies,podemos intentar disfrutar más cada momento, sintiendo de verdad la amalgama de emociones y sensaciones que tienen cada lugar y cada persona para ofrecernos.

En la novela La invención de Morel del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, que alguna vez Borges calificara de perfecta, las imágenes captadas por el invento del doctor Morel parecieran tomar vida propia, antecediendo la idea de realidad virtual, incluso hacen que el fugitivo se enamore de una de ellas, Faustine. Me temo que si la invención de Morel nos encontrara desprevenidos, muchos de nosotros quedaríamos tomando fotos y videos, no viviendo. Una prueba más de la inmensa cantidad de tiempo que desperdiciamos en nuestra imagen, tanto la del presente, como las que dejamos desperdigadas por el pasado, muchas veces en desmedro de lo que realmente somos.

*Biólogo de la Universidad de Antioquia y Educador ambiental del Zoológico Santa Fe de Medellín.